miércoles, 27 de agosto de 2014

Ciudades de lástima






Las ciudades irresistibles a la vista, coronadas por las torres de sus castillos y las agujas de sus catedrales, las ciudades bendecidas con los murales de los pintores y la memoria de los escritores, las viejas ciudades que guardaron sus callejones como tesoros y lograron convertir sus plazas en postales, han terminado por producir lástima. Venecia, Florencia, Barcelona, Praga y Sevilla, entre otras, sufren por el apetito desmesurado que generan sus encantos. Lo suyo es una extraña paradoja entre la necesidad y el desprecio, añoran a sus turistas en los inviernos, cuando apenas asoman, y los detestan en los veranos, cuando son una plaga ruidosa. Saben que es imposible tener sus tarjetas de crédito y evitar su alboroto y su vulgaridad.
Las primeras advertencias las hicieron los académicos que hablaron de las “ciudades como parque temático” y advirtieron de los rebuscadores disfrazados de gondoleros, las franquicias de comida rápida desplazando a las tiendas de barrio, los vendedores de baratijas ocupando el lugar de los artesanos. El mobiliario sigue siendo real, la Plaza de San Marcos está ahí, pero Venecia ya no está, se esconde en los rincones que logran conservar sus 50.000 supervivientes acorralados. En la última década la ciudad vio huir a cerca de 60.000 habitantes que vendieron sus casas para ser convertidas en colmenas que soportan el revoloteo de los 80.000 turistas diarios que visitan La Serenísima, un calificativo que es también un chiste cruel.
Desde hace unos años la queja pasó de los libros a las asociaciones de vecinos. Ya no se trata tan solo de que las ciudades se hayan convertido en un museo al aire libre, donde la utilería turística hace huir a los ciudadanos avergonzados, sino del enfrentamiento entre visitantes ansiosos y habitantes ofendidos. Los italianos mercan en pelota en las mañanas de La Barceloneta, los alemanes joden sin pudor en los puentes durante los atardeceres venecianos, los nórdicos se dan contra las paredes en los barrios de Praga. Nuevas formas de hospedaje creadas en Internet evitan los hoteles y los intermediarios, de modo que muchos apartamentos y casas corrientes atienden a sus comensales. El año pasado Barcelona recibió 7.5 millones de turistas y la meta del alcalde es llegar a los 10 millones en los próximos años. Los gringos caminan por el Barrio Gótico y preguntan a qué horas cierran, ya no saben si están en una ciudad, en un parque de diversiones o en un centro comercial. Ocho de cada diez personas que caminan por La Rambla son turistas. Los ciudadanos consideran el antiguo paseo emblemático como un corral indeseable donde los turistas sudan, beben, gritan, gastan y vomitan. Venecia discute si poner un número máximo de turistas al año o cobrar en la entrada de la ciudad, instalar torniquetes en las afueras y vender boletas a sus visitantes. Adentro, en los canales, rompen las olas que producen los grandes cruceros, y socavan las casas y los palacios: es solo la alarma para que los rebuscadores se pongan su indumentaria.

Proust fue dos veces en su vida a Venecia y no fue capaz de volver. Quería guardar el recuerdo de su viaje de niño y no imponer la realidad sobre ese ideal que había construido por años. En una carta escrita hace un siglo escribe lo que podría ser una advertencia a los turistas de hoy. Tal vez sea mejor quedarse con los libros y los especiales de viajes por televisión: “Venecia es en exceso, para mí, un cementerio de felicidad para que tenga todavía la fuerza de volver. Lo deseo muchísimo, pero cuando pienso en ella con la claridad de un proyecto, se suscita en mí un cúmulo de angustias que se opone a su realización.”


miércoles, 20 de agosto de 2014

Los tres golpes






Solo ahora me doy cuenta de la precisión azarosa del mecanismo. Un golpe rotundo cada cinco años, un cimbronazo que dejaba confusión y misterio a pesar de que la sombra de los asesinos era reconocida por todos. También desde la distancia de los aniversarios es posible notar como se confunden los bandos que con de los titulares del día siguiente parecían claros. Los héroes están a punto de ser condenados, los inocentes acusados han muerto luego del agravio, los militares de inteligencia viven escondidos tras un poncho en el Casanare, los sicarios profesionales escriben los libros, los mafiosos alardosos de pistola al cinto son íntimos de una familia presidencial. Golpes contra la esperanza, la inocencia y la risa.
El asesinato de Luis Carlos Galán el 18 de agosto de 1989 sirvió para reconocer que los narcos eran capaces de retar a Estado, que no temían dar la pelea de frente, con todos los mecanismos del terror y sin más argucias que la infiltración. Desde el comienzo de la adolescencia había reconocido a la mafia en las excentricidades del parqueadero del colegio, en el señalamiento, por envidia y recelo, que se hacía sobre algunos alumnos en los salones. Los carros lucían en sus vidrios calcomanías que decían no a la extradición y la fábula de los narcos era tema en los corrillos de grandes y chicos. El Olaya Herrera ya no era la tumba de Gardel sino en un centro internacional de negocios: comenzaron tirando la coca por encima de las rejas de la pista y terminaron tirando la casa por la ventana. Luego se multiplicaron los bandos, se mezclaron los narcos “buenos” con militares y policías, vimos las vendettas con cartulinas ensangrentadas al lado de los cuerpos.  El Bloque de Búsqueda con el ala doblada en su sombrero era un emblema y casi todas las semanas nos encontrábamos con uno de los camiones del comando cuando íbamos rumbo al colegio. Mientras tanto el presidente heredero era un prisionero en su palacio.
Cuando el chofer de dos “reconocidos empresarios” de la ciudad mató a Andrés Escobar el 2 de julio de 1994, los narcos habían ido legalizando su estatus y escondiendo su poder detrás de un ejército más uniformado y regular. Los mafiosos de la discoteca insultaron a un hombre ajeno al mundo turbio del fútbol y la droga. En una carretera de Alemania una mujer aterrada de ver a ocho colombianos nos dijo que habían matado al defensa del autogol contra Estados Unidos. Supimos que los países pueden sufrir la trama lenta e inadvertida de las tragedias. Ahora resulta que esos tipos han sido siempre íntimos del poder, que eran hombres de a caballo, narcos más o menos silenciosos a pesar de lo macabros.
Cuando los sicarios de La Terraza mataron a Jaime Garzón el 13 de agosto de 1999 los narcos ya eran paras y jugaban a las investigaciones antes de dictar sentencia. El sicariato era para ellos un método burdo, lo suyo era ajusticiar. Desde el ejército y el DAS recibían pruebas y se sentían un brazo más del Estado, un brazo expedito y temerario. Tal vez fue el día de las más grandes maldiciones. Nos enteramos de que la “mano negra” no era una idea de paranoicos. No solo los camuflados, también los hombres de discurso y corbata hacían parte de ese tinglado de poder que había diversificado en negocios y socios. En la mañana me llamó mi jefe de ocasión a decirme que habían matado a Garzón y a dictarme la hora para una grabación inminente. No lo mandé a la mierda porque además de jefe era mi amigo. Se nos fueron seis meses en teorías y fantasías sobre el crimen.


martes, 12 de agosto de 2014

Efectos secundarios





En las discusiones sobre políticas públicas para tratar el uso y el abuso de las drogas triunfó desde hace muchos años una lógica moral, un despotismo que niega los hechos e intenta mostrar el pecado como una peste que acecha en las calles. Policías, fiscales, jueces y carceleros son los agentes de una supuesta lucha para cuidar la salud pública.  Harry Anslinger, primer comisario de la Agencia Federal de Narcóticos de Estados Unidos, duró 32 años en su cargo y dejó la impronta de una iglesia y un dogma que ha traído muchos más problemas que soluciones. “La drogadicción es una perversión”, decía Anslinger, y se dedicaba a convertir sus fantasmas en hechos para asustar a los fieles frente al radio y la televisión: “Cuántos asesinatos, suicidios, atracos, asaltos criminales, secuestros, robos y actos de demencia agresiva provoca la marihuana cada año, especialmente entre los jóvenes, solo podemos conjeturarlo”.
Casi un siglo después Estados Unidos ha comenzado a mirar los hechos y la opinión pública, los grandes medios, los académicos y las estrellas de la pantalla y el deporte aplauden los cambios que los legisladores de muchos Estados han aprobado para contradecir las fábulas de Anslinger. Las leyes contra los consumidores de marihuana solo sirvieron para ejercer el racismo contra los negros y los latinos en los suburbios. De pronto, alguien decidió mirar a las cárceles y encontraron más de seiscientos mil presos por delitos menores asociados con el consumo de hierba. Lo que socialmente es una conducta más o menos inocua, legalmente es todavía una cruzada con innumerables historias de abusos y sufrimientos inútiles para los presos y sus familias. En el Norte comienza a revertirse la inercia que ha hecho que el Estado inflinja castigos desproporcionados a los ciudadanos con el teórico fin de protegerlos.
En Colombia se publicó hace un año largo un libro que busca revelar la desproporción de nuestras leyes y castigos penales respecto a la fabricación, producción, porte y tráfico de drogas. Penas alucinantes es el título del estudio que saca la moral de la discusión y pone sobre la mesa quienes son los condenados por delitos relacionados con drogas en Colombia, cuánto gasta el Estado en esa tarea y que tan eficaz resulta para el supuesto fin de proteger la salud pública de los ciudadanos. Lo primero que queda claro es que las cárceles están llenas de jíbaros y mulas menores, de señoras que llevan papeletas de un pueblo a otro, de hombres que cuidan un cultivo, de bodegueros que viven cerca de una olla y madres que ganaban cuatrocientos pesos por cada “cosito” vendido en la esquina. Si lo pusiéramos en lenguaje empresarial diríamos que en la industria del narcotráfico los presos son los mensajeros, las impulsadoras, los empleados de oficios varios y quienes menudean por cuenta propia. Solo un 2% de los condenados por delitos relacionados con drogas son procesados en concurso por concierto para delinquir. Esos serían quienes tienen algún nivel de poder y decisión en el negocio. Mientras tanto la demanda se ha duplicado en 12 años y el precio se mantiene más o menos estable.
Pero las cifras más alarmantes son las que demuestran la dedicación de policía y fiscalía a tareas estériles. Entre 2008 y 2009 el 32% de las capturas fueron por delitos relativos al tráfico, consumo o producción de drogas. Y lo que es más grave, entre 2005 y 2012 el 31% de las imputaciones que hizo la fiscalía correspondieron a ese mismo tipo de delitos. Una tercera parte de los esfuerzos de la política criminal se desperdicia en una tarea que no deja más que una estela de corrupción y penas mayores por delitos menores. La prohibición no es ni siquiera un placebo, es una droga inútil con graves efectos secundarios.

miércoles, 6 de agosto de 2014

La tómbola de las víctimas






Hasta hace poco las negociaciones en La Habana no habían entregado más que unos comunicados asépticos, redactados con bisturí, que permitían un grado de esperanza o indignación basadas en propósitos más o menos abstractos. La participación de las víctimas en la mesa le ha puesto sustancia, dolor y política a lo que hasta ahora parecía una discusión gramatical entre guerrilla y gobierno. Y por supuesto han aparecido la polarización, el oportunismo, los insultos y hasta los llamados al duelo. Preocupante e inevitable. Política y rabia será buena parte de lo que veremos de aquí en adelante. El tiempo de la fraternidad alrededor de la camisa amarilla se acabó hace un mes largo.
En Irlanda del Norte la discusión alrededor de las víctimas no ha terminado luego de dieciséis años de un acuerdo entre el IRA y el gobierno británico. Una asociación de víctimas del terrorismo llamada FAIR (Families Acting for Innocent Relatives) pedía hace solo unos meses que la policía investigara al Viceprimer Ministro Martin McGuinness por una foto tomada en 1972 -año en que se unió al IRA- en la que aparece empuñando una pistola Luger ": ¿Cuántas veces vamos a tener que cerrar los ojos?  ¿Cómo se puede decir que este hombre no puede ser detenido cuando llevaba un arma? ¿No es justo para los seres queridos de las personas que murieron en Derry en ese momento?", esas son las preguntas de la gente de FAIR, quienes  son víctimas y al mismo tiempo conforman el ala más radical del Unionismo. Es imposible desligar a todas las víctimas de la militancia política.
Hace cinco años, cuando todavía se definían términos de reparación y estatus de las víctimas, un “Grupo Consultivo sobre el Pasado” encabezado por un arzobispo y un periodista, entregó sus recomendaciones para avanzar en el proceso. Desde antes de que se leyera el informe ya había reparos de los miembros del ejército británico porque supuestamente se llamaría “guerra” a lo que para ellos eran ataques terroristas indiscriminados. Durante la lectura del documento, que tardó dos años en escribirse, algunos miembros del FAIR debieron ser callados con amenazas de arresto por parte de la policía. Para ellos era imposible aceptar que las víctimas de los dos bandos tuvieran el mismo reconocimiento. Las palabras de los miembros de la comisión sonaban brillantes y reveladoras para unos y oscuras y escandalosas para otros: “En Irlanda del Norte estamos tratando con comunidades que han estado en conflicto durante mucho tiempo, ambas con la misma posibilidad de negar que se ha hecho mal en su nombre (…) Uno de los objetivos debe ser facilitar que estas comunidades acepten juntas el pasado para que así puedan admitir su responsabilidad en estos años de hostilidades”. Se propuso además una indemnización en dinero para las familias de quienes murieron durante el conflicto, independientemente de las circunstancias y el bando al que hubiesen pertenecido.
La escogencia de las sesenta víctimas que hablarán en La Habana es apenas un debate preparatorio y simbólico. Está llegando el momento de los grandes dilemas, de los males menores, de la purga con los insultos que será mejor tragarnos. A diferencia de lo que pasó en Irlanda, aquí las Farc representan a muy pocos por fuera de sus milicianos y combatientes. Y el horror ha sido mucho más extendido. Irlanda debate hoy el paradero de diez desaparecidos, mientras nosotros los contamos por miles. Nuestro arreglo será más difícil,  y tal vez sea más urgente.