viernes, 12 de abril de 2024

Estado Mayor Parcial

 





En junio de 2016, meses antes de la firma del acuerdo entre el gobierno y las Farc, se conocieron las tres páginas de un comunicado que firmaba el frente Primero Armando Ríos de las Farc. La perorata era más o menos la misma que firmaron durante más de cincuenta años las Farc-EP. Tal vez más larga y confusa, digamos que tenía una peor “caligrafía”. Terminaba con una línea dura: “Morir, Sí, traición, No, Vamos todos contra la oligarquía. Luchamos para vencer, No para ser vencidos”. Invitaba a todos milicianos y guerrilleros que no aceptaban el acuerdo a unirse bajo los preceptos de Jacobo Arenas, Manuel Marulanda y Jorge Briceño.

Iván Mordisco, con más de veinte años en las Farc, se convertía en el líder de la más grande disidencia. Hace ocho años se hablaba de cuatrocientos hombres a su mando. Luego de sumó Gentil Duarte, quien abandonó los diálogos atraído por unos millones, y trajo combatientes de Séptimo Frente. En el territorio histórico de las Farc- EP nacía su disidencia más importante. Comenzó entonces un trabajo de articulación con diferentes inconformes con “la paz de Santos”. Comisionados de guerra viajaban a las regiones para construir una confederación nacional de renegados. La audiencia siguió creciendo con hombres en la frontera con Venezuela y en el Pacífico. Las rutas del narcotráfico marcaban buena parte de su geografía. Hoy se habla de 3.500 hombre agrupados en cuatro grandes bloques con presencia en 178 municipios.

Hace un año el gobierno comenzó las negociaciones con el Estado Mayor Central (EMC), sigla que agrupa a la mayor disidencia, concediéndole un estatus político que hasta ahora no tenían y devolviéndoles las letras de las Farc. Así consiguieron dos de sus principales propósitos con solo sentarse a la mesa. Un año de mesas de negociación les permitió comunicación entre sus líderes, reglas comunes y mecanismos de decisión conjunta. Pero parece que esos primeros acuerdos comienzan a romperse y la lógica de intereses regionales, diferencias de enfoque en la negociación, relaciones distintas con los enemigos y desconfianzas han roto la débil amalgama que propició la política de paz. La reciente reunión de en San Vicente del Caguán, sin la presencia de la gente del Cauca, Arauca y Nariño dice mucho de la cojera de la mesa. Mordisco, líder y fundador del EMC, parece tener un pie en la negociación y otro en una posible disidencia de las disidencias. Desde ahora queda claro que la paz con el EMC no será total. Las negociaciones han sido encuentros comunitarios sin mucha relevancia, los ceses han fracasado, las luchas con el ELN, la Nueva Marquetalia y el Clan del Golfo crece. El fuego de la disidencia está el 87% del territorio en disputa por los ilegales, según un reciente estudio de la Fundación Ideas para la Paz. Ahora se habla de la creación de un nuevo Bloque. El poder de guerra se expande y las posibilidades de negociación se atomizan.

El fracaso de la política de paz con el Estado Mayor Central dejaría al gobierno con las manos vacías en una de sus principales apuestas. Esa obligación de resultados lo hace cada vez más débil frente a su contraparte. Romper esa precaria unidad y negociar con los más débiles militarmente puede ser una opción ¿Pero qué podría ofrecer a un pequeño grupo de disidentes? Inflar desmovilizaciones es una de las peores experiencias que dejó el acuerdo con los paras. También el ELN sabe que ellos pueden ser la única ruta exitosa para el gobierno. Una nueva debilidad.

La paz total parece ir hacia una colección de ceses al fuego intermitentes y unas memorias de reuniones. El tren donde el gobierno quería subir a todos los actores armados, tiene más cara de una pequeña flota de colectivos sin rumbo.

miércoles, 3 de abril de 2024

El Petro histórico

  EE.UU. no debe dejarse llevar por la carga de la historia: Petro | El Nuevo  Siglo

 

El presidente Gustavo Petro es un especialista en revisitar la historia. El pasado es una de sus obsesiones y sus discursos intentan, mediante una versión a mano alzada, romper lo que considera mitos creados por un poder económico acaparador y casi siempre mafioso. Petro se considera una especie de justiciero histórico. Pero casi siempre resulta siendo inexacto e injusto, más inventivo que certero. Una frase de su reciente intervención en Urabá describe su estilo de oratoria novelada: “… Pero más o menos así fue la historia”.

Con esas palabras cerró su reflexión sobre los grandes capitales de El Poblado en Urabá y el nacimiento del paramilitarismo. Su lección de historia contemporánea sirve de ejemplo para señalar su mirada llena de falacias, omisiones y sesgos. Dijo Petro en medio de su felicidad discursiva: “la gente con sus necesidades se organizó, exigió, quiso tener una vida mejor y ese choque terminó en un conflicto armado. Hubo una presencia insurgente del Ejército Popular de Liberación (EPL), poderosa, eso afectó al empresariado bananero, que reaccionó paramilitarizándose, no todos, siempre habrá excepciones, pero más o menos fue así la historia”.

No sería difícil para el presidente recordar la masacre de La Chinita en Apartadó, que acaba de cumplir treinta años. Un barrio de invasión, creado efectivamente por integrantes del Esperanza Paz y Libertad, movimiento surgido luego de la desmovilización del EPL. En 1992 los trabajadores bananeros comenzaron la invasión de 107 hectáreas y el barrio se convirtió en un fortín político del Urabá. Cuatro de los seis concejales que lograron los “Esperanzados” en ese momento fueron elegidos con votos de La Chinita. Y sus primeros verdugos no fueron los paramilitares sino las Farc, en uno de sus actos verdaderamente revolucionarios.

Veían a los “Esperanzados” como traidores que además les habían robado el espacio político en todo el eje bananero. En enero de 1994, durante una verbena popular, hombres de las Farc mataron a 35 personas en La Chinita. Luego de la masacre siguieron los asesinatos, trabajadores bananeros del barrio eran bajados de los buses y acribillados en plena carretera. Fueron asesinados más ochocientos militantes y simpatizantes de Esperanza Paz y libertad. Las Farc negociaban con el naciente paramilitarismo de los hermanos Castaño, que también mató obreros bananeros a finales de los ochenta, y masacraban a sus antiguos camaradas. Alias ‘Manteco’, comandante del quinto frente de las Farc, con presencia en Urabá, dijo hace poco que ellos se reunían con Fidel Castaño en la hacienda Las Tangas. Más narcos que bananeros acaparaban la tierra en la región: los Ochoa, Gacha, ‘Pelusa’ Ocampo, Mata Ballesteros…

En Urabá se mezclaron todas las armas, el amasijo de las guerras hizo que la historia sea bien paradójica. Los fundadores del Clan Úsuga, lo que hoy llamamos Clan del Golfo o AGC, tuvieron sus semilla en las Farc. Cuando Juan de Dios y Dairo Antonio Úsuga cogieron las armas eran cercanos al frente quinto de las Farcen Turbo y luego se mudaron al EPL. No le caminaron a la desmovilización, volvieron a las Farc para buscar apoyo y formaron el llamado frente Bernardo Franco. Eran un apéndice de las Farc con relativa independencia. Pero se portaron mal y fueron expulsados. Ahí llegó su rendición a los Castaño, a las Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá. En 1996, Castaño, actuando como “gestor de paz”, hizo la pantomima de desmovilizarlos y se presentaron como 45 desmovilizados de la disidencia del EPL. Se trataba de un simple cambio de brazalete. Se convirtieron en un “comando élite” de las ACCU y más tarde en los creadores del Clan del Golfo. Más o menos así fue la historia…

miércoles, 27 de marzo de 2024

Eduardo Escobar

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De niño no quería ser cura, no se conformaba con los lutos y los susurros en la casa familiar, con la simple sotana. Creía en ese dios que invocaba la muerte y el pecado pero iba un paso adelante: quería ser santo o Papa. Tal vez por eso uno de sus mentores, Fernando González, lo trataba de diosecito extraviado en la tierra. Y viajó al seminario en Yarumal atraído por las flautas de los órganos. Tenía diez años y todavía no lo había atacado la desconfianza, una de sus enfermedades incurables. Porque era un desengañado, un amante desengañado. Muchas de sus liturgias de juventud, el jipismo abúlico, las utopías políticas, los cielos prometidos, el amor universal y otras yerbas, lo fueron decepcionando de a poco. También algunos autores predilectos lo cansaron. Pero en esas desilusiones estaban sus mayores elocuencias, en ese revisionismo constante se ponía a prueba su lucidez y su humor contra las falsas lealtades. Un humor que iba mucho más allá de la burla, negro y terso como un perro amenazante y leal. Y tenía la feliz desvergüenza de reírse de sus propios chistes, entendía que el juego había salido bien y lo remataba con una risa llana que terminaba en una tos entrecortada. Una herencia del humo que lo acompañó siempre. Porque el cigarrillo fue su luz, su pequeña linterna en los laberintos de la tierra y la literatura.

Esa condición de apóstata hizo parte de su vida de solitario. Decía que de niño se dedicaba a contemplar insectos bajo las piedras o a oír la música de una llave goteando sobre una alberca. Por eso muy pronto renegó de la gavilla del Nadaismo. Reconocía su valía como un remezón a la parroquia enmohecida, como una conjura de amistad y como una tropa con la que hizo sus estudios de posgrado en cárceles y reformatorios. Pero sabía que su vida la haría frente a su biblioteca. Y su casa era una arrume de libros que no podría tener ese nombre noble. Libros empolvados, subrayados, deshojados sobre mesas y sillas, libros en el suelo, consultados a deshoras, libros más leídos que atesorados. Él mismo se decía maniaco de esa enfermedad que adquirió a los tres años cuando todavía no sabía leer. Alguna vez escribió acerca del vicio entrañable de San Francisco de Asís que recogía del suelo cualquier despojo que tuviera algo escrito. En eso es seguro que fue su maestro. Leía desde la filosofía hasta las revistas sin corazón. Pasando por un esoterismo dudoso que nunca entendí. Era la más peligrosa de las drogas que lo vi consumir. De su boca oí la mejor defensa del libro cuando los apocalípticos de las pantallas los amenazaban de muerte: “Es como pensar que las mujeres van a ser olvidadas porque ahora venden muñecas parlantes en los sex shop

Ese impulso de lector lo llevó muy precoz a la escritura. Cuando tenía 25 años ya había publicado ocho libros de poesía. El teclado era su gran afición, la alegría de un hombre que desdeñaba la comida y el espectáculo de los deportes y los destellos de la televisión. Cuando uno le preguntaba en que había ocupado una mañana cualquiera, respondía con algo de la risa del holgazán: “Estuve cambiándole los zapaticos a dos personajes de un cuento que estoy escribiendo”. Ese escritor impenitente y erudito tenía la característica de huirle siempre al tono del profesor. Hablaba de filosofía con el señor que cogía las goteras en el techo de su casa con total desenvoltura. Podía conectar los males de la cañabrava con alguna cuestión fundamental. Esa era otra de sus experticias, el poder de unir lo que parece más lejano por medio de una cita, una mentira o una idea alucinada. Son las dotes de un aforista involuntario.

Murió hace una semana larga en medio de una ventisca que destechó casas y asustó árboles en todo el Valle de Aburrá. Estaba en su natal Envigado y sus eternos retornos. Un día antes de morir estaba con el computador sobre sus piernas intentando escribir su columna de El Tiempo. Quisiera leer esa pequeña hoja dolorosa y confusa, quisiera tenerla como una corta oración. Tenía razón en uno de sus poemas de juventud, sabía de los riesgos: “Y el peor defecto es tener máquina de escribir”.